por Javier Uriarte,
S.J.
No hay ninguna realidad sólo con acento profano para aquellos que
saben cómo mirar. Debemos comunicar esta forma de mirar y ofrecer una
pedagogía, inspirada por los Ejercicios Espirituales que lleve a otros a ello,
especialmente a los jóvenes. (CG.35 Un fuego… Nº 10)
No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes y les destiné para que se pongan en camino y den fruto y un fruto que permanezca (Jn.15,16).
Lo natural de este artículo sobre los laicos sería
que fuese
escrito por laicas y laicos que han vivido muy buenos y fecundos procesos de elección y de confirmación de opción claramente laical. Pero me he animado a poner por escrito una convicción a
partir de mi larga experiencia de asistente de CVX y de director de un
Centro de Espiritualidad.
La convicción a la que me
refiero es muy clara: los laicos
cuando descubren su vocación laical en un proceso de elección ignaciana ganan en radicalidad, en compromiso eclesial
visible y fecundo, en profundidad espiritual y, sobre todo en identidad
laical.
Esto es lo que voy a desarrollar en los siguientes
párrafos.
No
me eligieron ustedes
Esta frase del evangelio de San Juan me la voy a tomar con mucha libertad, no tanto
en el sentido específico en lo que se
quiere expresar Jesús a sus discípulos, sino en un sentido más amplio y más coloquial; es decir no ha habido un
proceso de elección entendido como una opción de recuperar los rasgos para el
seguimiento que nos ofrece Lucas 9,57-62.
No creo sea necesario presentar una exégesis de este seguimiento en Juan o en Lucas, porque lo que pretendo decir es en otro sentido:
la inmensa mayoría de los laicos y laicas en nuestra
Iglesia no son laicos por opción sino más bien por
descarte, son laicos porque no se han planteado otra cosa, son laicos en la
Igle0a muchas veces sin sentir ni plantearse lo que significa la vocación laical.
Aunque últimamente se ha ganado en claridad sobre la valoración de los
laicos, todavía la definición de lo que es ser laico y la identidad del laico en la
Iglesia no está totalmente definida. Ni siquiera el Concilio Vaticano II ha
podido explicitar esta identidad, y lo hace por negación:
"con el nombre de laicos se designan aquí todos
los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la Iglesia; es
decir, los fieles que en cuanto
incorporados por Cristo en el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio
sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la
misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde
(LG.31).
Hoy 40 años después se sigue hablando de los laicos más por negación (no ministros ni consagrados) que por identidad propia y por presencia vocacional dentro de los carismas de la Iglesia... y de la
Iglesia todavía muy clericalizada.
Es cierto que
la Cbristifideles Laici avanza a
definir la misión de los laicos en lo que llama
"vida secular" -¿será por
oposición a "vida sagrada"?- en los campos de la vida de familia, del
trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de
la cultura. En este caso ya se va señalando los campos de la misión de los
laicos comprometidos. Pero, insisto, la inmensa mayoría de las laicas y laicos
de nuestra Iglesia viven su realidad laical, en palabras de Pablo VI: "no plenamente acogida, no enteramente
pensada, no fielmente vivida".
Fui yo quien los elegí a ustedes
En este caso este título sí lo
apropio en el sentido evangélico específico de Jesús: la iniciativa de la
elección es claramente de Jesús, llamó a los que él quiso, podemos señalar que es
una "elección por predilección", porque primero él amó a sus discípulos y por ello los eligió.
Cuando me refiero a la
elección ignaciana lo hago en dos sentidos: en primer lugar tal y como lo define el Diccionario de Espiritualidad
Ignaciana (Mensajero - Sal Terrae, 2007) en la entrada ELECCIÓN:
el momento privilegiado y decisivo para descubrir la
voluntad divina se da exactamente en el proceso de Ejercicios, que se inicia el
quinto día de la Segunda Semana de los Ejercicios, al mismo tiempo que el
ejercitante se dedica a contemplar los misterios de la vida pública de
Jesucristo con la intención de conformar su existencia a Él en pobreza y en
humildad, no buscando otra cosa que el querer divino.
Por supuesto, en este sentido
pueden ayudar las distintas fases del proceso y los tiempos de elección que
largamente Ignacio señala en el libro de los Ejercicios, incluida la confirmación.
Se puede llegar a una elección vocacional no necesariamente en un proceso de Ejercicios Espirituales
pero sí en una
búsqueda de la voluntad de Dios que reúna alguno de los rasgos que la misma entrada del diccionario manifiesta:
"una expresa búsqueda
auténtica de la voluntad de Dios, abrirse a la presencia del Espíritu para
guiarse por lo que Él nos
inspire, una tradición bíblica que nos hace sentir que el Señor guía su pueblo
y lo acompaña en el camino, una certeza de fe con la seguridad que nos da si
nos disponemos a buscar la voluntad de Dios
con un corazón recto, en total Dios nos dará a conocer y cumplir su voluntad,
en cualquiera de los modos posibles
que no nos cabe tanto elegir sino aceptar el modo que Dios quiere usar
con cada persona".
Sea en el sentido específico de
Ejercicios Espirituales o en un sentido más amplio de auténtica experiencia de fe y de
peregrinación espiritual, los laicos que han vivido con profundidad este proceso tienen
connotaciones de su vocación laical mucho más
patentes.
La primera es una identidad laical más definida, no por negación ni por descarte, sino por expresividad de un lugar y de
una presencia en la Iglesia que son un valor
en sí mismos y una palabra claramente cualificada.
Por otro lado se fortalece el
concepto teológico de "pueblo de Dios" que el Concilio Vaticano II puso en la
Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium como primer capítulo emblemático de que a
partir de ese concepto se da la
clave de lectura de todo el documento. Podemos decir que ser laico, ser pueblo,
es un lugar teológico.
Además recuperar para el
laicado todas las resonancias del término "vocación", es decir experiencia de
llamamiento, búsqueda de la voluntad de Dios por discernimiento, emoción de sentirse llamado y elegido,
resonancias subjetivas de vinculación profundamente afectiva con el seguimiento de Jesús, pasión por una misión
específica en ámbitos de la vida cotidiana.
Por último, si los laicos lo
son por vocación y elección en el sentido hablado más arriba, se conseguirá una presencia en la Iglesia no tan clerical, si se les da la voz que
tantas veces se les niega (sobre todo si son
laicas mujeres), si se les permite de manera creciente mayor visibilidad en términos de liderazgo
y responsabilidad, entonces y sólo así pasaremos de una concepción de Iglesia
muy clericalizada (aunque hay laicos también clericales), a una Iglesia más
evangélica y más según el Concilio Vaticano II: primero el pueblo de Dios, y
luego todo lo demás.
Para que den fruto
Deseo hablar de la misión
cuando es por elección ignaciana. Ya se han señalado los campos específicos de la misión de los laicos: la
vida matrimonial y la presencia de los hijos, los ámbitos de las distintas
profesiones y del mundo laboral, la acción ciudadana, el compromiso político, el mundo de la economía, las amplias
expresiones de la cultura, etc.
Es cierto
que en algunos de estos ámbitos hay presencia de los religiosos y religiosas y
de los sacerdotes. Pero también es cierto que las congregaciones religiosas y los sacerdotes no llegan a todos los
ámbitos de nuestra sociedad. ¿Quién tiene que evangelizar en el mundo de la
familia, en el mundo profesional, en
el mundo de la política y la ciudadanía, en el mundo de las
manifestaciones culturales? Los que llevan una vida consagrada y sacerdotal
precisamente por su estilo de vida no alcanzan apenas a hacerse presente en estos mundos y menos con una entrada de evangelización.
Cuando los laicos se apasionan por el mundo en que
viven, y lo viven no como opuesto a lo
sagrado, sino como lugar de encarnación y de testimonio convincente,
cuando descubren que con su competencia profesional,
con la capacidad del diálogo entre la fe y los problemas de la cultura
moderna y postmoderna, cuando sienten que es un desafío tener una palabra
adecuada de buena noticia, cuando trabajan una dimensión de profundidad que
parte de una espiritualidad asumida y expandida, cuando sienten que el mundo de
la vida cotidiana es el lugar de hacer presente
el evangelio, entonces ser laico es hacer Iglesia donde no es tan evidente. Por lo tanto los laicos tienen un
territorio de misión en el mundo que si no llegan ellos en estos espacios que
son los propios se quedan sin ser evangelizados.
Al comienzo hablábamos de la
elección ignaciana en los Ejercicios. Solamente quiero hacer una incidencia: lo propio de los laicos es
hacer Ejercicios en la vida corriente,
según la anotación 19 de Ignacio (EE19), es decir, el que estuviera
embarazado en cosas públicas... porque la riqueza de esta modalidad no es tanto hacer los Ejercicios "durante"
la vida corriente, sino "a
través" de la vida corriente. Con la estructura de los Ejercicios
"leer" y orar la vida
cotidiana: lo que pasa en el hogar, lo que pasa en el trabajo, lo que se experimenta en el transporte público, el
noticiero y el periódico, los encuentros
y desencuentros de cada día. Se trata de encontrar a Dios no en espacios
trascendentes y protegidos de una casa de retiros sino en los ámbitos prosaicos, rutinarios, pero profundamente
elocuentes del día a día. Y en este contexto de cotidianeidad
profundizar y hacer misión como seguimiento de Cristo la realidad concreta de
ser laico por elección y por predilección del Señor.
Todo esto es insostenible si no hay vocación, si no
se sienten elegidos por Cristo para esta
misión en los ámbitos que son de ellos -aunque la separación espacio sagrado
/ espacio secular es discutible- no se puede sostener si no hay una experiencia de fe, de libertad, de
discernimiento que le de sostenibilidad.
Y que este fruto permanezca
En el fondo los religiosos
hermanos son laicos y las religiosas son laicas, no forman parte de un ministerio sacramental. Pero tienen una riquísima y fecunda acción misionera porque
tienen una plataforma. Las congregaciones
religiosas tienen una acción fundacional, una inspiración y una espiritualidad, uno o varios carismas,
documentos motivadores, una radicalización de alguna faceta del evangelio,
tienen procesos de selección y
formación muy cuidados, tienen institucionalidad, sentido de pertenencia, e,
incluso, infraestructura y sostenimiento financiero.
Esta plataforma les da una
eficacia misionera y una pasión que les permite una emoción de consagración que llena
de sentido sus vidas y las vidas de
aquellos a los que su testimonio alcanza.
Es cierto que han aumentado
intensamente en las últimas décadas los movimientos laicales, y eso es una riqueza para
la Iglesia, pero algunos de ellos no llegan a expresar patentemente la riqueza
de la vocación laical, quizás por una cierta presencia de dirigencia clerical, quizás también
porque la misma
vocación laical todavía tiene facetas inexploradas y por lo tanto infecundas.
Para ello sería necesario recuperar para nuestros
laicos y laicas plataformas equivalentes que
les dé a su presencia y acción en la Iglesia los rasgos de institucionalidad, pertenencia, espiritualidad sostenida,
identidad y liderazgo y, sobre todo, autoestima laical. Todo ello no
necesariamente en movimientos estructurados,
sino en multitud de formas, según las culturas en que están presentes, y según los discernimientos que las comunidades
eclesiales estén dispuestas a
discernir según la novedad del Espíritu. Estoy convencido que el
discernimiento de la vocación laical y la elección consecuente van a potenciar en la Iglesia presencias laicales de una inmensa
creatividad, todavía está por llegar
la hora en que los laicos, si les dejamos, hagan presente una mayor
riqueza para la Iglesia.
Nos puede ayudar esta reflexión sobre la voluntad de
Dios como elección:
“Dios quiere que vivamos conforme al
evangelio. De esto se trata. En realidad la voluntad de Dios no anula nuestra
voluntad, ni nuestra libertad, sino que pasa por ellas. Lo que Dios quiere y
sueña para la vida de cada ser humano, es la capacidad de vivir con dignidad,
lo vamos concretando, descubriendo cuál es la opción en la que más en plenitud
podemos vivir esa vocación común.
En
nuestras opciones, nuestros trabajos, la manera en que elegimos vivir… (Sí,
también se trata de elecciones personales), buscamos esa voluntad de Dios. Pero
una voluntad que pasa también por nuestra propia voluntad -seducida por el
evangelio- y nuestra libertad. ¿Cómo encontrarla? Ahí es donde intervienen
nuestra capacidad de arriesgar y de buscar nuestra disposición a escuchar (fuera
y dentro de uno) tratando de ver cómo resuenan ciertas cosas, que sentimientos
y pensamientos despiertan, cómo, en el fondo, determinados pasos te ponen en un
camino y en ese camino creces y cambias el mundo contigo. Para mejor”
(José Mª Rodríguez Olaizola sj. Ignacio de
Loyola, nunca solo. Editorial San Pablo 2006).
Aunque sea claramente una
propaganda personal e institucional, la CVX (Comunidad de Vida Cristiana) reúne muchos de estos rasgos y tiene, de alguna manera, 450 años de historia y
de espiritualidad, es más, al no
tener mucha estructura, sólo tiene unos Principios Generales, permite mucha variedad, mucha creatividad, mucha
libertad, mucha capacidad de adaptación a distintas culturas -estamos en más de 60 países-, mucha institucionalidad
y sentido de pertenencia, todo ello, con sus contradicciones, hacen una buena plataforma para la espiritualidad
y la misión ignacianas.
Por ello la definición corriente
de laico como "el que no es ni sacerdote
ni religioso ni religiosa", expresa mucha ambigüedad y falta de identidad.
Detrás de esto está una minusvaloración del concepto "pueblo de
Dios". En mi infancia y adolescencia me decían siempre que "la vida consagrada era el estado de perfección", y
me lo decían también los jesuitas. Curiosamente
muchos habían olvidado lo que dice Ignacio, precisamente hablando de la
elección, dice: que nos debemos disponer para (venir en perfección en
cualquier estado o vida que Dios nuestro Señor nos diera para elegir (EE 135). Este párrafo clave para nuestro tema de la
elección ha sido olvidado por la Iglesia durante 450 años. Es más, en el
subconsciente de muchos eclesiásticos y muchos laicos quedan resonancias
de que ser laicos es de segunda categoría en la Iglesia, porque, volviendo al subconsciente clerical, muchos clérigos dan
gracias a Dios "por no ser como los demás hombres" (Lc
.18,11).
Alguna vez
podrán decir los laicos con orgullo e identidad asumida: ¡Doy
gracias a Dios por ser pueblo de Dios!, o bien, ¡Cristo me ha elegido como laico y me siento orgulloso
de mi vocación de laico! Todavía la identidad
del laico en la Iglesia está por vislumbrar, la claridad solamente va a
venir por procesos personales de seguimiento de Cristo en discernimiento, en
elección y en pasión laical. Al fin y al cabo Jesús fue laico y cuando dijo estas palabras que nos resalta San Juan las dijo a
laicos y pensando en laicos.
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