Fue una noticia alentadora que, en su momento, el Ejecutivo anunciara su pronunciamiento sobre el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), haciendo eco a las declaraciones e insistencias de quienes fueran su Presidente y sus miembros, quienes además, de manera loable y apoyados por los sectores más lúcidos de la sociedad, se embarcaron en la batalla de lograr que por lo menos las conclusiones, fueran leídas por la mayor cantidad de gente, para después iniciar el paso siguiente, que es reconstruir el país a partir de lo que demuestra el Informe.
Mario Vargas Llosa en el artículo que en su momento publicó sobre el tema en El País, sostuvo que laCVR había “elaborado el más sólido y documentado testimonio sobre el subdesarrollo peruano” y estaba en lo cierto. El informe de la CVR nos puso al frente un espejo en el que nunca nos hemos querido mirar.
El Perú es un país de rupturas profundas en el que es posible vivir sin ver lo que tenemos al lado, es más, nos hemos acostumbrado a eso. Podemos vivir en los barrios residenciales, sin ponernos a pensar que muy cerca, hay miles de personas viviendo por debajo de los niveles de extrema pobreza. Y eso es lo que no nos gustó que nos dijera la CVR. Que durante más de veinte años —en realidad muchos más— hemos vivido de espaldas a la realidad y para el colmo de males quejándonos por los niveles de delincuencia, por el terrorismo y por la fealdad de los “Pueblos Jóvenes”, ese eufemismo que inventó el velazquismo, para nombrar a la miseria que nos circunda.
Hemos olvidado o queremos olvidar —aseveraría Freud—que todas las lacras de que nos quejamos son las consecuencias de la injusticia en que vivimos, de nuestra incapacidad para resolver lo que desde fuera es a todas luces obvio (cualquier extranjero que haya llegado a conocer medianamente el Perú, lo refrendaría): la estructura socioeconómica actual hace inviable al país. Es indispensable que por lo menos desaparezca la pobreza extrema.
En su discurso de entrega del Informe, Salomón Lerner Febres afirmó que “la obligación de hacer justicia y de hacer prevalecer la verdad, la obligación de cerrar las brechas sociales que fueron el telón de fondo de la desgracia vivida – es tarea de un estadista”. Me temo que los mejores de la historia fracasarían en el intento, si olvidaran que, en realidad, la labor es de todos o de casi todos, porque no faltarán los que guiados por su poca cultura y sus complejos, pretendan rehuir la responsabilidad escondiéndose en posiciones fascistas, nazis y hasta partidarias del apartheid.
¿Hasta cuando seguiremos combatiendo las consecuencias? La miopía y egoísmo de nuestra clase dirigente -dominante, dirían los marxistas- nos ha traído hasta donde estamos. Hemos tenido suerte en la derrota de Sendero, pero si insistimos en lo mismo, la violencia resurgirá, ya que es sólo respuesta a la violencia estructural. No es posible tratar de estrangular a alguien, sin esperar que trate de defenderse.
La oportunidad que nos ofreció el informe de la CVR es única. Podemos, a partir de él, escarbar en nuestra miseria, mirarnos al espejo y no para maquillarnos, sino para lavarnos y curarnos de manera integral y profunda. La reconciliación —como en su momento lo dijo un comunicado de la Pontificia Universidad Católica del Perú— “no se define como un acuerdo con los responsables de la violencia, sino como un proceso de recomposición de los vínculos entre todos los peruanos”, que junto con la verdad, “sólo son y serán posibles en una sociedad democrática si entre ellos se hace valer el principio de la justicia”.
La conclusión 170 del Informe dice: "La CVR interpreta la reconciliación como un nuevo pacto fundacional entre el Estado y la sociedad peruanos, y entre los miembros de la sociedad". Tienen razón, se hace necesario refundar el Perú desde sus cimientos, percatándonos de que la paz y la tranquilidad que reclamamos, sólo pueden nacer de la justicia.
Quiero terminar citando a Gustavo Gutiérrez —Premio Príncipe de Asturias— en el artículo que publicó en este diario “... hay que tomar el informe más como un punto de partida que como un punto de llegada. Debería ser el comienzo de un proceso, de largo aliento, de reconocimiento del país, de una reconciliación con nosotros mismos, de una comprensión correcta de nuestros problemas, de una asunción de nuestras responsabilidades. Eso es lo que está en juego.”
Alonso Nuñez del Prado (CVX Siempre)
San Isidro, 19 de Noviembre de 2003 (adecuado para su publicación el 30 de junio de 2011)
Publicado en el diario La República, (4 de julio de 2011)
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