Hace algunos años un presidente se preguntaba por qué lo aplaudía Wall Street y no los peruanos. Entre los logros de aquella época y también del gobierno más reciente se habla de la baja inflación, de la descentralización (con sus problemas), del gran crecimiento de las exportaciones, de un sistema financiero sólido y saneado, de los tratados de libre comercio, además de otros logros de importancia.
Las principales críticas vienen por la corrupción, el circo político y, en el gobierno anterior, por la falta de liderazgo. Mas, en realidad, lo que puedo percibir es que eso es lo que se dice, y no deja de ser cierto, pero el gran descontento deviene de que las cifras macroeconómicas no las siente el pueblo. La falta de empleo, la extrema pobreza y otros índices, que se refieren más a las personas concretas que a la economía como todo, no han mejorado lo suficiente, como lo ha mostrado el resultado de las elecciones.
Resulta evidente a estas alturas, que las buenas cifras macroeconómicas, no chorrean a la velocidad necesaria hacia los sectores más necesitados y allí está el descontento. Las personas no viven de percibir los resultados de los totales agregados del país, que sí satisfacen a las casas de bolsa, bancos, calificadoras y organizaciones internacionales.
Pero “eso no se come” diría un ciudadano de los sectores más pobres.
Lo que si debemos aplaudir en los últimos gobiernos es el no haber cedido a la tentación del populismo. En otros tiempos se hubieran gastado millones en tratar de levantar los índices de aceptación presidencial en las encuestas. Felizmente, eso no ha ocurrido, pero no es suficiente.
Las personas —los electores y sus familias— son a quien primero se debe un gobernante. Decirles a éstas que el país está creciendo y que tienen que tener un poco de paciencia, como alguien me sugería, es por lo menos una ingenuidad, mucho más si se trata de quienes viven por debajo de los niveles de pobreza. La obligación primordial de un gobierno es que sus ciudadanos satisfagan por los menos sus necesidades mínimas. Si simplificamos al extremo una democracia, es como que en un pequeño grupo de cien personas que eligieron a algunos para que los gobernaran, estos últimos permitieran que veinte vivieran sin satisfacer sus necesidades mínimas, otros tantos lo hicieran a las justas, muchos no tuvieran empleo, y todos ellos estuvieran tan contentos que “aprobaran” a los que eligieron.
Tampoco creo en la mala costumbre de algunos compatriotas que piensan que “papá gobierno” está obligado a solucionarles los problemas a todos. Pero sí en la obligación de los gobernantes de organizar las cosas, para que un mínimo esté garantizado y a partir de allí se pueda pensar en el futuro. No tiene sentido que a quien no tiene para comer, le pidamos paciencia, más si ve los niveles de corrupción y gasto de los que eligió para que gobernaran por período específico.
El Perú necesita de un programa de largo aliento que haga posible, centralmente, desaparecer los ratios de extrema pobreza, una sustancial mejora en los programas de salud para los más desfavorecidos —hay que recordar que en este campo la mala salud de las clases más bajas termina por contaminar a las más altas— y un sustancial giro en el sistema educativo que como sabemos es uno de los más deficientes de Latinoamérica. Creo que a estas alturas es una perogrullada recordar que el secreto del desarrollo de un país está en estos dos sectores. El capital humano es el más importante que tiene una nación.
Más allá de si a un Presidente lo aprueban los altos círculos financieros del planeta y el pequeño porcentaje de quienes están siendo beneficiados con su gestión, lo importante es que la mayoría esté de acuerdo con lo que está haciendo, porque de lo contrario la gobernabilidad corre peligro. No creo, con todo, que se deba gobernar en base a las encuestas, ni en una oposición obstructiva. Estamos construyendo una democracia y eso —toda la historia de occidente lo atestigua— no es un camino corto ni fácil.
por Alonso Nuñez del Prado (CVX Siempre)
San Isidro, 2 de junio de 2004 (adecuado para publicación el 27 de junio de 2011)
Publicado en el diario La República (30/06/2011)
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