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Pensar en cambiar el sistema, suena a anatema en la mayor parte de ambientes intelectuales, y universitarios, en especial en nuestro país, que en su historia constitucional ha sido un seguidor de lo que se ha hecho en otros estados. La reciente incorporación de instituciones, como la del Defensor del Pueblo, en nuestra Constitución vigente, fue producto de ideas traídas de otras partes, en donde se las había experimentado, con mayor o menor éxito. Mas la estructura básica de la democracia, nadie la ha revisado. Las variaciones que se han hecho, como la de elegir al parlamento por tercios, en cuanto al poder legislativo; la de los sistemas presidencialistas o la de tener un jefe de gobierno distinto al presidente, como en Francia, para el poder ejecutivo, han sido cambios y modificaciones encuadrados dentro de la actual estructura de tres poderes. Se ha dado por sentado que así es y debe ser —como ocurre con otra serie de instituciones, que conocemos desde siempre— y no nos hemos detenido a revisar y pensar, preguntándonos si debería existir, como en nuestros días la conocemos o ser sustancialmente modificada.
Hace ya algún tiempo, en las más reputadas escuelas de administración, se empezó a hablar del problema de la sujeción a los paradigmas, aunque, en general, aplicado a los negocios y empresas. La idea es que tenemos esquemas en la cabeza —paradigmas— que damos por ciertos y definitivos, de tal manera que cuando pensamos, somos incapaces de salirnos de los mismos. Pero hay quienes lo han logrado y muchos de los éxitos empresariales tuvieron origen, precisamente, en que se salieron de los paradigmas.
La pregunta que se nos viene de inmediato a la mente es: ¿Hasta que punto la estructura de la democracia, como la conocemos y vivimos en nuestros tiempos, no es un paradigma? Me atrevería a decir que lo probable es que lo sea. Si, por ejemplo, pensamos en la ineficacia de nuestro poder legislativo en los últimos cuarenta años, deberíamos preguntarnos si este debe existir como está establecido en la actualidad. Una persona me sugirió hace unos días que deberíamos eliminarlo y crear otros mecanismos de control. Pienso que la propuesta es excesiva, pero quizá deberíamos reducirlo en número de manera importante. De repente, dividirlo y tener una parte dedicada a legislar y otra a fiscalizar. Se podría también crear otras instituciones que cumplan con ciertos objetivos. La idea de tener una entidad dedicada a vigilar el cumplimiento de las promesas electorales, que en anteriores oportunidades hemos propuesto, podría ser útil. En realidad, hay tantas posibilidades y alternativas, que deberíamos ponernos a pensar con seriedad en el tema, en especial en el momento en que debatamos una reforma o una nueva constitución. La fidelidad a los cánones y nuestro temor a romper con lo establecido, no nos ayudan y no me refiero sólo al Perú. Me temo que mucho de esto, ha venido ocurriendo en la mayor parte de democracias del mundo occidental, con el agregado de los intereses que existen en que las cosas sigan como en la actualidad.
Resumiendo, se hace indispensable repensar la democracia, con libertad, tratando de rescatar lo mejor de la misma y sin temor a proponer cambios que, aunque deben ser paulatinos, para no ser traumáticos, deben también buscar terminar con las corruptelas y vicios que hicieron a Winston Churchill decir que "La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que se han probado de tiempo en tiempo"[1]. No es que crea que es posible un sistema perfecto, pero si que podemos construir uno mejor que el vigente, liberándonos para esto, de los paradigmas que nos limitan.
San Isidro, 14 de Octubre de 2003
Publicado en la página 12 de Gestión (Opinión), el martes 9 de octubre de 2007
por Alonso Nuñez del Prado (CVX Siempre, Abogado MBA)
[1] La cita textual en inglés es: “Democracy is the worst form of government, except for all those other forms that have been tried from time to time”. Corresponde a un discurso en la Sala de los Comunes pronunciado el 11 de noviembre de 1947.
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